Una redención oscura.
Había una vez, en un mundo donde las sombras no solo existían en las noches, un ser conocido como Rolando. Un hombre imponente, alto, musculoso, con una melena de cabello negro como la oscuridad misma y una voz de tenor que resonaba por los rincones más distantes. A lo lejos, su canto se escuchaba como un susurro que llamaba a todos los que se perdían en sus mentiras. Su vida había estado plagada de engaños, manipulación y una ambición desmesurada por el poder y la riqueza. Con sus palabras dulces, había enamorado a dos mujeres: Ana, una chica rubia de ojos azules y cuerpo esbelto, y su amiga Laura, con quien compartía una amistad de años.
Lo que Rolando no había planeado era que las dos mujeres se conocieran, y mucho menos que Ana descubriría la verdad. Laura, dolida por el engaño, se enfrentó a él, al igual que Ana, quien al principio se sintió perdida, pero pronto vio a través de la fachada de Rolando. De alguna forma, el hombre maldito que solo buscaba satisfacción personal las había corrompido a ambas, pero Ana, por alguna razón, sentía algo más profundo, una conexión que no podía explicar.
Fue en ese momento que la joven, decidida a encontrar respuestas y alejarse del caos que Rolando había sembrado, desapareció con la ayuda de su amiga, que luchó a su lado en batallas épicas contra el hombre sombrío. Ana vivió lejos de todo, lejos de Rolando, con la esperanza de olvidar. Sin embargo, la vida le tenía preparada una cruel sorpresa: le diagnosticaron cáncer de cuello uterino.
El tiempo pasó, y Rolando, al enterarse de la enfermedad de Ana, se convirtió en una sombra aún más oscura, alimentada por su sed de poder y por la desesperación de perder a la mujer que aún deseaba. Cada día, su forma humana desaparecía más, transformándose en una criatura maligna, poderosa, capaz de arrastrar con él todo lo que tocaba. Pero en el fondo, un atisbo de arrepentimiento por lo que había hecho con Ana le devoraba el alma.
Un día, mientras recorría un pequeño pueblo con intenciones oscuras, Rolando sintió la presencia de Ana. Su magia felina, un poder único que solo ella poseía, le había atraído, y aunque ella trató de mantenerse oculta, él logró encontrarla. Descubrió que su amada estaba sufriendo, y que su vida se desvanecía lentamente entre las sombras de la enfermedad.
Ana, a pesar de todo, no pudo resistir la tentación de acercarse a Rolando, como si un lazo invisible los uniera. Decidieron pasar sus últimos días juntos. La sombra de Rolando, al estar tan cerca de Ana, comenzó a fusionarse con ella. Juntos se convirtieron en una sombra neutral, una entidad que podía tomar forma humana, pero sin la necesidad de un cuerpo físico. Ella, que había sido humana, mantenía su forma carnal, aunque el cáncer había dejado cicatrices en su alma.
Aunque Ana no podía tener hijos, algo que siempre había deseado, lo que importaba ahora era que estaban juntos, más allá de la vida misma. Se casaron en una ceremonia silenciosa, en la que el amor que sentían mutuamente los unió más allá de cualquier otra cosa. Vivieron una inmortalidad física-espiritual, una vida entre las sombras, donde nada podía separarlos.
Pero, con el paso de los siglos, el tiempo dejó de tener sentido. La historia de Rolando y Ana, de la sombra y la luz, fue olvidada por todos, excepto por aquellos que creen que el amor verdadero puede superar cualquier oscuridad. Y así, Rolando, el hombre que había sido maldito por sus mentiras, y Ana, la mujer que lo había amado a pesar de todo, vivieron juntos en la eternidad, hasta que la vida, finalmente, dejó de existir.
Y su sombra, ahora inquebrantable, continúa rondando en los rincones del mundo, como un recordatorio de que el amor puede florecer incluso en los lugares más oscuros.
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