viernes, 8 de diciembre de 2023

La Quintrala

En las oscuras tierras de Chile, donde los vientos del Pacífico susurran historias de antiguas leyendas, vivía una dama de alta cuna conocida como la Quintrala. Catalina de los Ríos y Lisperguer, su nombre resonaba con el eco de su crueldad y su despiadado dominio sobre sus tierras. Sin embargo, en lo profundo de su ser, algo empezaba a removerse.

Una tarde, mientras la Quintrala caminaba hacia la iglesia con la solemnidad que le imponía su estatus, sus ojos se encontraron con los del sacerdote Werther, un hombre cuya mirada parecía traspasar las capas de su dura fachada. Entre rezos y confesiones, nació una extraña conexión entre ambos, una conexión que desafiaba las normas de la sociedad y la moralidad.

Los días se sucedieron como páginas de un libro, y la amistad entre la Quintrala y Werther creció como una flor en un terreno inexplorado. Catalina, a pesar de su fama de mujer implacable, comenzó a sentir el peso de su propia conciencia. Las noches se volvieron más largas mientras reflexionaba sobre el bien y el mal, sobre las cadenas que ella misma había forjado.

Werther, por su parte, se debatía entre sus votos sagrados y la llama prohibida que ardía en su pecho. La atracción que sentía hacia la Quintrala se mezclaba con la confusión y la culpabilidad. La dualidad de sus sentimientos amenazaba con desgarrar el velo que separaba lo sagrado de lo profano.

Un día, la Quintrala, movida por una mezcla de cargos de conciencia, amistad sincera y un atisbo de amor propio, decidió poner fin a la relación. Sus palabras resonaron en el aire de la iglesia como el eco de un trueno distante. Werther, con el corazón roto y la confusión pintada en su rostro, vio cómo la mujer que había despertado algo nuevo en él se alejaba.

Meses después, Catalina viajó por las tierras europeas, buscando respuestas y encontrando consuelo en la distancia. Sin embargo, su corazón siempre estaba en Chile, anhelando la presencia de Werther. Al regresar, una sombra de inquietud la envolvía. Al preguntar por el sacerdote, la noticia la golpeó como un rayo: Werther había desaparecido días después de su partida.

Un oscuro presentimiento se apoderó de la Quintrala. Sin perder tiempo, se dirigió a su hacienda, un lugar de soledad y secretos. En la penumbra de la noche, alguien tocó su puerta. Al abrir, el viento trajo consigo a Werther, un espectro desgastado por el tiempo y las tormentas. Con ropas andrajosas, pero con ojos que aún brillaban con amor.

Catalina no pudo resistirse a la visión de su amado en tal estado. Hablaron, compartieron sus almas y se sumergieron en la profundidad de sus sentimientos. Aunque los caminos que habían elegido parecían estar separados por un abismo moral, el amor que compartían superó las barreras impuestas por la sociedad y la fe.

Así, en la noche tempestuosa, la Quintrala y Werther se abrazaron, sellando su destino con un amor que desafiaba todas las convenciones. En la oscuridad de la hacienda, entre secretos y susurros de vientos ancestrales, encontraron un refugio para su amor prohibido.



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