Había una vez, en un reino lejano, una condesa llamada María Elena Luisa Báthory de Ecsed. Era conocida por su belleza insuperable: su cabello castaño caía en ondas hasta los hombros, sus ojos marrones irradiaban profundidad, sus labios lucían un carmesí encantador y su piel morena era suave como la seda. María Elena Luisa, o MEL como la llamaban sus seres queridos, estaba felizmente casada hacía cinco años con el apuesto príncipe Edgard de Borbón. A pesar del amor que compartían, MEL permitía que Edgard hiciera lo que quisiera, incluso tener fiestas excesivas, en un intento de no sofocar su libertad y, quizás, mantener viva la chispa del amor. Sin embargo, con el tiempo, Edgard comenzó a distanciarse de MEL. Sus muestras de afecto disminuyeron y su atención se desvió hacia otras mujeres. MEL, desesperada por reconquistar su amor, intentó de todas las maneras posibles recuperar la conexión perdida. Pero sus esfuerzos fueron en vano cuando una noche descubrió a Edgard en flagrante adult...
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