La soledad.
Érase una vez un hombre
que vagaba como una sombra:
errante, oscuro y muy impredecible,
con una mirada de tristeza,
que oscurecía lo más posible.
Buscaba entre toda la tierra,
Buscaba en todo el cielo,
Buscaba en todo el infierno,
pero solo llevaba el caos
también como un alma en pena.
Hasta en el más oscuro rincón
quería encontrar algo que sabía,
le iba a quitar tanto dolor,
pero estaba tan bien oculto
que solo aumentaba esa dolorosa sensación.
“Encontraré mi alma”
-decía el espíritu con amargura-
“En todo un mundo lleno de tristeza,
encontraré algo de paz,
en mi pobre alma que pesa”.
Antes era un hombre bueno,
pero que se dejó llevar por la ambición
y esto lo llevó a su perdición,
puesto que buscar más
le hizo perder su corazón.
Escudriñó hasta en las más profundas madrigueras,
pero solo encontraba oscuridad como él,
llevándolo a más desesperación
hasta que escuchó algo alegre:
una voz viva y esperanzadora realmente.
Ella no era una sombra tan oscura,
era una luz viva y brillante,
ojos felices de color verde
como las más bellas vistas vibrantes
y un espíritu que enaltece.
Él la vió,
como si mirara un tesoro
y ella la devolvió
como un soplo de emoción.
”¿Quién eres extraño ser?”
- preguntó el ánima luminosa.
Él no le respondió,
pero de manera inesperada sonrió.
“¿Por qué me haces sonreír?”
-preguntaba la sombra-
“Te ví y sonreí,
¿Cómo haces para reír?”
Tocaron sus manos,
como si se hubieran conectado
y la vida lo invitó
a estar siempre a su lado.
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