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Puñal en el corazón: redención con emoción.

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Los meses pasaron lentamente, y tanto MEL como Edgard se encontraban sumidos en una profunda tristeza. MEL extrañaba a su esposo, pero la herida de su traición aún sangraba. Edgard, antes un hombre alegre y amante de las fiestas, ahora estaba apagado y desolado. Había rogado a MEL de todas las maneras posibles que lo perdonara, pero ella seguía firme en su solicitud de divorcio, a lo que Edgard se negaba una y otra vez. Su amor por ella no se había debilitado, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para recuperar su confianza. Una tarde nevada, MEL paseaba por el jardín del palacio, sus pensamientos enredados en un torbellino de dudas y arrepentimientos. "¿Qué hice mal?", se preguntaba constantemente. "Definitivamente no debí ser tan permisiva". De repente, una voz que conocía demasiado bien rompió el silencio. "Tienes razón", dijo Edgard, apareciendo entre los copos de nieve. "No debiste ser permisiva, así como yo no debí ser un traidor. P

Dolor

En las profundidades del Infierno, donde la oscuridad envolvía todo y los gritos de tormento llenaban el aire, habitaba un demonio llamado Mario. Forjado en las llamas del abismo, su existencia estaba marcada por la crueldad y el sufrimiento que infligía a los mortales. Sin embargo, con el pasar de los eones, una sensación de vacío y desesperación comenzó a carcomer su ser. Aburrido de la vida infernal y desencantado de su propia naturaleza, Mario decidió abandonar su reino de sombras y dirigirse hacia la Tierra en busca de algo que le diera sentido a su existencia. Fue allí donde conoció a Mariana, una mujer almirante cuyo coraje y determinación lo cautivaron, pero cuya luz resaltaba dolorosamente en su oscura alma. Entre ellos surgió un amor prohibido, marcado por la sombra de Mario y la luz radiante de Mariana. Juntos, enfrentaron los retos y peligros que les deparaba el destino, pero incluso en la calma de su amor, la sombra del Infierno siempre los acechaba. Se casaron en secreto,

Un puñal en el corazón: una revuelta de emoción.

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Con el corazón destrozado, Edgard abandonó la iglesia, sintiendo el peso de sus acciones sobre sus hombros. El disfraz de monje se había vuelto una carga que apenas podía soportar mientras sus pensamientos se enredaban en un torbellino de remordimiento y desesperación. De vuelta en el palacio, cada paso pesaba como una losa sobre su conciencia. Ansiaba encontrar a MEL, esperando poder disipar sus dudas y restaurar la confianza perdida. Sin embargo, al llegar a su habitación, se encontró con la puerta cerrada y el silencio como respuesta a sus llamados. Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, Edgard golpeó la puerta con insistencia, rogando a MEL que le permitiera entrar y hablar. Pero sus súplicas fueron en vano. Solo el eco de su voz resonaba en el pasillo vacío. Con el alma hecha jirones, Edgard se derrumbó frente a la puerta, dejando escapar un sollozo angustiado. Había perdido a la mujer que amaba, y la culpa pesaba sobre él como una losa. ¿Cómo pudo haber permitido que las

Un puñal en el corazón.

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Había una vez, en un reino lejano, una condesa llamada María Elena Luisa Báthory de Ecsed. Era conocida por su belleza insuperable: su cabello castaño caía en ondas hasta los hombros, sus ojos marrones irradiaban profundidad, sus labios lucían un carmesí encantador y su piel morena era suave como la seda. María Elena Luisa, o MEL como la llamaban sus seres queridos, estaba felizmente casada hacía cinco años con el apuesto príncipe Edgard de Borbón. A pesar del amor que compartían, MEL permitía que Edgard hiciera lo que quisiera, incluso tener fiestas excesivas, en un intento de no sofocar su libertad y, quizás, mantener viva la chispa del amor. Sin embargo, con el tiempo, Edgard comenzó a distanciarse de MEL. Sus muestras de afecto disminuyeron y su atención se desvió hacia otras mujeres. MEL, desesperada por reconquistar su amor, intentó de todas las maneras posibles recuperar la conexión perdida. Pero sus esfuerzos fueron en vano cuando una noche descubrió a Edgard en flagrante adult

A hellish sky.

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Había una vez en el cielo un ángel femenino llamado HAL. Su belleza era conocida en todos los rincones celestiales, pero lo que la destacaba aún más era su valentía. HAL no temía enfrentarse a las adversidades para proteger a aquellos que necesitaban ayuda. Un día, mientras patrullaba los cielos, HAL se encontró con una sombra extraña. Era un hombre guapo de cabello castaño y ojos azules, con grandes alas grises. Era Lucifer, el ángel caído que en un tiempo lejano había sido el más hermoso, sabio y poderoso. Lucifer notó a HAL y no pudo evitar fijarse en su gran belleza. Sin embargo, en lugar de elogiarla, la cuestionó: "¿Por qué alguien como tú le sirve?". HAL, siempre valiente, se puso a la defensiva sin responder. Lucifer continuó hablando, intrigado por la presencia de HAL: "Alguien como tú debería ser libre. ¿Cómo te llamas?" HAL guardó silencio, pero la curiosidad de Lucifer lo llevó a profundizar: "Veo que la desconfianza hacia mí se ha esparcido hasta l

Can I rewrite?

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Can I rewrite? I don't think so, Because my thought You want to do it but it's not right. I want to rewrite Because my soul sees it necessary, but it is inappropriate, incongruent and incompetent. I want to create, at the same time I want to recreate Because many works, for me, That shouldn't have been his end. Nothing stops me, Except my mind, What do you want to convert? To many works in a happy ending.

¿Puedo reescribir?

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 ¿Puedo reescribir? Creo que no, Porque mi pensamiento Quiere hacerlo pero no es correcto. Quiero reescribir Porque mi alma lo ve necesario, pero es indebido, incongruente e incompetente. Quiero crear, a la vez quiero recrear Porque muchas obras, para mí, Ese no debió ser su fin. Nada me detiene, Excepto mi mente, Que quiere convertir A muchas obras en un final feliz.