Puñal en el corazón: redención con emoción.
Los meses pasaron lentamente, y tanto MEL como Edgard se encontraban sumidos en una profunda tristeza. MEL extrañaba a su esposo, pero la herida de su traición aún sangraba. Edgard, antes un hombre alegre y amante de las fiestas, ahora estaba apagado y desolado. Había rogado a MEL de todas las maneras posibles que lo perdonara, pero ella seguía firme en su solicitud de divorcio, a lo que Edgard se negaba una y otra vez. Su amor por ella no se había debilitado, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para recuperar su confianza. Una tarde nevada, MEL paseaba por el jardín del palacio, sus pensamientos enredados en un torbellino de dudas y arrepentimientos. "¿Qué hice mal?", se preguntaba constantemente. "Definitivamente no debí ser tan permisiva". De repente, una voz que conocía demasiado bien rompió el silencio. "Tienes razón", dijo Edgard, apareciendo entre los copos de nieve. "No debiste ser permisiva, así como yo no debí ser un traidor. P